En Silencio

Y allí estabas tú, agarrado al cojín, deseando de no despertar nunca más, las sábanas te cubrían hasta la nariz, y la pequeña bolita de pelo se acurrucaba entre los pliegues de la colcha y me miraba con ojos de buenos días.

Qué pena no poder decirte todo lo que pienso en cada momento…podría ser agobiante para ti!! Aunque no sé si te acuerdas que un día rompí la norma de silencio, que a gusto me quedé, no debería de habértelo dicho en verdad, pero bueno… el mal ya está hecho.

Y ahora yo estoy a los pies de tu cama, y te observo en silencio. Tu no me puedes ver, pero me gusta velar tus sueños, es cuando más tranquilo estás. Da gusto verte dormir.

Me gustaría decirte tantas cosas… Yo se que tu no lo sabes, y nunca lo sabrás. Pero quizá sea mejor así, no lo sé, hay veces que no sé nada, y me da mucha rabia.

La pequeña bolita de pelo se acerca a mí, e intenta tocarme con su patita, pero desiste en el intento y se vuelve a acurrucar entre los pliegues de la colcha.

Tus pies se mueven lentamente bajo la colcha y las sábanas, empiezas a estirar los brazos, y por fin consigues abrir los ojillos, esos ojos verdes que tanto me gustan. Los tienes rojitos como la nariz, ¿pasarías frío esta noche, y otra vez te he fallado?

Torpemente buscas tus zapatillas a tientas con los pies, te rascas la cabeza, tu cabeza llena de rizos castaños. Te quedas bien quieto sentado en el borde de la cama, pensando, siempre pensando. Entonces yo me levanto, y me pongo delante de ti, te acerco las palmas de mis manos para que las agarres y te ayudes a levantarte de la cama. Tienes los ojos hinchados, y la nariz congestionada. Miras a la nada, al final de la habitación, por fin consigues levantarte. Priscila me sigue mirando entre las arrugas de la colcha.

Me traspasas, y te paras un instante, un escalofrío recorre tu cuerpo, una sensación de calor humano. Pero en la habitación no hay nadie.

Suspiras derrotado.



Siempre pensé que pasaría si un día desapareciera… ahora ya sé que pasaría, y no me gusta.