Entre calcetines y helado

Ya se habia terminado la tarrina de helado de vainilla que tanto le gustaba a el. Se descalzó dejando ver sus pies en miniatura enfundados en unos calentitos calcetines. Mientras se relamia las comisuras de los labios, que aun sabian a vainilla, se cojía una trenza para que no le molestara el pelo mientras dormia.

Se tumbó encima de la cama, pues la primavera ya estaba tocando a la puerta de su balcón y en su cuarto hacia calor. Siempre le dijeron que era una pequeña estufita siempre encendida, por algo la llamaron Rebeca, siempre desprendia calor. Pero siempre tenía fríos los pies, por eso nunca se desprendia de un buen par de calcetines.


Con el estomago lleno, y con la camiseta de el, se dispuso a leer un buen libro. Siempre leia con un lápiz a su lado, por si tenía que aprenderse alguna frase. ¡Pero que niña esta!
Sus manos pasaban las paginas, mientras que se mordia las uñas rojas y descascarillaba la pintura.
Cerró los ojos un instante, para bostezar.

Al abrirlos de nuevo, no estaba sola en la cama, ni estaba en su cuarto, ni tenia ningún libro en sus manos. Tenia los pies calentitos, y estaba siendo abrazada.

-¿Otra vez has atracado la nevera? Mira que eres mala, nena. Me has dejado sin helado y sin gominolas.
_ Lo siento.

Se le pusieron rojitas las orejas, y calentito el corazón. Por unos instantes se abandonó en esa situación. Se olvido de los gritos, del odio que sentía por la humanidad, el llanto paro de inmediato, y se le dibujo una exquisita sonrrisa en los labios, igualita que la que ella le dibujaba a todas sus muñecas que decoraban miles de millones de sus cuadernos.

A la mañana siguiente amaneció un sol fuerte y penetrante por su balcón, con la camiseta arrugada se dirijió al congelador, había helado de sobra para otra noche, pero habia un detalle que la noche pasada no estaba.


Había una flor dibujada en un papel.